Espiritualidad crítica

¿Qué significa realmente ser consciente? Un viaje filosófico y espiritual más allá de la moda del mindfulness

La palabra que todos usan, pero pocos encarnan

Vivimos rodeados de promesas de consciencia. La palabra se ha instalado en casi todas las áreas de nuestra vida de una manera progresiva; abundan en los medios y redes frases como alimentación consciente, crianza consciente, elección consciente, comunicación consciente, movimiento consciente, consumo consciente, liderazgo consciente, autocuidado consciente, relaciones conscientes…, la lista es interminable, y todas ellas promueven un estilo de vida, cómo no, consciente, ese modo de hacer convertido en apellido de lo saludable, natural, incluso de lo ecológico. Si vemos la palabra consciente, muy probablemente pensemos en que es algo bueno, y que probablemente sea moda, o incluso tendencia, y queramos subirnos a ese tren.

Así pues la Consciencia —ese misterio profundo y milenario— hoy adorna etiquetas de supermercado, biografías de influencers y catálogos de terapias. Se pronuncia con frecuencia, se ofrece como servicio y se promete como recompensa después de comprar este recurso, participar en ese retiro, estudiar en tal escuela o seguir a un alabado maestro. Pero cuanto más se usa, más se desvanece su verdadero sentido.

¿Qué significa ser consciente, realmente? ¿Es estar atento a lo que sucede alrededor? ¿Despertar espiritualmente? ¿Tener conciencia ética? ¿O es una moda contemporánea, pulida, bienintencionada pero hueca? Antes de definir conviene recordar.

Recordar que “ser consciente” no es un hashtag que nació en Instagram, no fue creado por Meta ni la IA, y los que más la usan resultan ser los que más la necesitan. Tiene raíces filosóficas, espirituales, lingüísticas y éticas profundas, que no se pueden, ni se deben, reducir a un post, ni a un ideal aspiracional. Me siento más cercana a describirlo como un modo de percibir el mundo y participar en él sin alentar la separación ni el conflicto. Se siente como una capacidad de Ser, con atención y escucha plena, que en lugar de guiar inspira los procesos de transformación necesarios para deshacer el Ego y conectar con la esencia verdadera.

Conciencia y consciencia: el matiz que importa

En español, la Real Academia admite ambas formas —conciencia y consciencia— como sinónimas en el uso común, pero cuando deseamos afinar el lenguaje, conviene distinguir.

Conciencia, sin s, suele aludir a la dimensión moral: saber si uno actúa bien o mal, un ejemplo de uso común sería tener la conciencia tranquila cuando tu decisión o acción te genera paz interior. De algún modo sabes que está bien, pero esta decisión está condicionada en gran medida por múltiples factores externos que no siempre hacen match con tus valores personales. Te han dicho que está bien, lo has visto hacer cientos de veces, véase tirar una cabra desde un campanario por ejemplo, por tanto lo haces, sin preguntarte siquiera si lo deseas, ni detenerte a sentir qué te provoca internamente. A su vez, no son raras las ocasiones en las que dos personas realizan la misma acción, y una dice sentir mala consciencia y la otra no; sí, tomaron la misma acción injusta, pero uno siente culpa y el otro no.

Consciencia, con s, se refiere a un estado de atención lúcida, de estar despierto o darse cuenta. Nos dice mucho sobre cómo entendemos el acto de vivir con presencia. Esto puede sonar algo alejado o new age para algunas personas, sin comprender bien qué significa realmente estar despierto o presente, ya que tenemos que bucear un poquito en otras tradiciones para comprender el origen, el contexto y su importancia. En este artículo hablo de consciencia como esa capacidad de habitar la experiencia sin automatismos, con verdad, con apertura, y con una forma de observar y responder que no confronta. Deseo alejarme voluntariamente de la idea de código moral impuesto, y adoptar la fórmula “con ese”, por tanto, como una forma de ver, sentir y decidir desde el centro o “core” de mi propia existencia habitando espacios compartidos. ¿Suena a chino esto que digo? Te invito a continuar leyendo y viajar en el tiempo.

En el principio fue el saber compartido

La palabra latina conscientia significa literalmente saber con, y ya desde su origen implicaba relación. No era una lucidez aislada, sino una forma de conocimiento compartido, co-creado, que incluía a uno mismo y al mundo.

Los griegos hablaban de syneídēsis como esa conciencia interior que nos guía, esa voz que no se puede callar, adoptando la forma de testigo, no de juez, de nuevo el rol del observador toma presencia. Platón la vinculó a la verdad como des-ocultamiento (aletheia), como gesto de sacar algo a la luz, algo que está oculto o en la sombra y traerlo a la luz o consciencia.

San Agustín, en el siglo IV, escribió que la consciencia era el lugar donde el alma escucha a Dios. No en el templo, no en la ley externa, y no proveniente de un otro persona, sino en el recogimiento del corazón. Y Tú estabas dentro de mí, más íntimo que lo íntimo mío, confesó.

Con Descartes, el pensamiento moderno hizo de la consciencia una afirmación de existencia: Cogito, ergo sum, el famoso pienso, luego existo, y de ese modo lo ligó a la razón humana. Pero este giro también fragmentó la experiencia: nos convirtió en sujetos pensantes que se observan, sí, pero desde la cabeza, desconectados del cuerpo y del otro, desconectados de la emocionalidad primero, que nos hace humanos, y de la consciencia expandida, que nos permite integrar una autoconciencia como parte de un todo, no como seres aislados.

La consciencia pasó de ser estado con el que podemos conectar mediante vínculos y asociaciones, a un sistema de evaluación y toma de decisiones basado en la razón y la lógica. De ser una apertura al misterio a ser un sistema de validación individual, muy frecuentemente sesgado por creencias, experiencias y aprendizajes previos.

Otros caminos para decir consciencia

En las tradiciones orientales, la consciencia nunca estuvo separada del cuerpo, del cosmos ni del otro. Fue siempre totalidad. En la India, cit o chit es consciencia pura, un estado que transciende el Ego y el pensamiento, o dicho de otro modo, trascendiendo la mente y las emociones. En el Vedānta no-dual, el ser más profundo (Atman) es idéntico a lo absoluto (Brahman). No se trata de pensar más o diferente, sino de recordar que ya somos lo que observamos.

En el budismo Mahāyanā, en especial en Nicheren y el Yogācāra, se menciona una red de nueve consciencias, que hace referencia a la manera en la que percibimos, pensamos, actuamos y nos liberamos del sufrimiento. Son capas que invitan a observar el mundo interno y externo, y cómo se relacionan.

Practicar vipassanā es observar sin aferrarse, sin juicio, sin necesidad de etiquetar ni reaccionar. Ser consciente no es estar iluminado: es estar disponible para lo que ocurre, sin añadirle adornos.

Todo esto es complejo, lo sé, pero en lo más fundamental hablamos de lo mismo. En diferentes lugares, tradiciones y momentos históricos, multitud de personas llegaron a la misma conclusión, y lo intentaron compartir y hacer accesible a sus allegados con palabras.

En el taoísmo, no hay un yo que se ilumina. Solo el flujo de la vida, el Tao, que se expresa a través de quien no interfiere. El sufismo pone énfasis en que la consciencia se cultiva a través del recuerdo (dhikr), del amor, y del vacío. Uno no se convierte en alguien mejor: uno se disuelve en la inmensidad que siempre fue.

Cuando descubrí el coaching transformacional profundo pensé que estaba fundamentado en una lógica de observación sin interferir. El sabio no habla mucho, no presume de saber. Vive en silencio, en sencillez, en lo que toca con aceptación. Y es bastante claro que se nutre de las tradiciones ya mencionadas, tomando lo esencial y facilitando el camino hacia una profunda y silenciosa transformación verdadera. Cada día esto más convencida que los largos sermones en terapia, mentorías y coaching tienen más que ver con la necesidad de reconocimiento y control del que los expone, que con verdaderamente aportar luz al proceso de transformación personal de la persona que nos contacta.

El secuestro de la consciencia en tiempos modernos

Mientras tanto, la palabra “consciente” se ha convertido en sello de distinción moral y emocional, en packaging, hoy se venden cursos para elevar tu consciencia, marcas que ofrecen retiros de lujo consciente, espacios donde experimentar orgasmos conscientes y métodos infalibles, según ellos dicen, para atraer abundancia consciente.

Y aunque muchas de estas propuestas tienen buena intención, no podemos negar que la consciencia se ha vuelto una estrategia de marketing con aroma a incienso, decorados de memoria ancestral, y promesas de magia y tribu.

Yo misma me sentí atraída por esos destellos. Aún me descubro identificándome con ellos. No hay diferencia real entre un mineral, una pluma o un coche, si les otorgamos el mismo poder, por ejemplo brindarnos seguridad, belleza o poder cuando conectamos con ellos. Obviamente son objetos distintos, pero el motivo por el que necesitamos incorporarlos a nuestra vida, el verdadero motivo, es lo que los hace iguales a un nivel muy sutil.

Chögyam Trungpa ya nos advirtió de que el ego puede usar incluso la espiritualidad para fortalecerse. Cuando la consciencia se vuelve símbolo de estatus, cuando se convierte en marca personal, cuando la usamos para mostrarnos mejores que los otros, entonces se convierte en su propia caricatura.

¿Cuánto de esta broma pesada hay en la política actual? Basta con echar un vistazo general al panorama actual para darnos cuenta en qué puntos se están atentando contra valores humanos fundamentales argumentando ser pueblos elegidos, por el pueblo de manera legítima, o incluso por una fuerza superior no tangible, para tomar esto o aquello por la fuerza, sin un ápice de empatía. Desde luego faltaba la política consciente en la lista superior, me sobran argumentos.

Entonces, ¿qué significa ser consciente hoy?

Es algo sencillo, tan sencillo que se nos pasa por alto. Ver sin justificar. Escuchar sin defenderse. Sentir sin anestesiarse. Actuar con coherencia, sin necesidad de validación. Ser consciente no es una meta aunque muchos se empeñen en pensarlo así. No es una medalla, ni un título que puedas colgar en tu perfil. Es una manera de mirar, una forma de volver a lo esencial, de cuidar sin poseer, de saber sin gritar, de amar sin disfraz. No nos hace mejores, nos hace más presentes. Y cuando eso ocurre, no hay que decirlo. Se nota, en la manera en que respiramos, en que miramos; en lo que elegimos cuando nadie nos aplaude.

Como escribió Bell Hooks: El amor no es solo sentimiento. Es acción, voluntad, elección ética, como ya se mencionaba en el artículo apego en relaciones no monógamas. Lo mismo ocurre con la consciencia, se elige activarla y cultivarla mediante la práctica. No se exhibe, se encarna. Díganme ustedes qué personalidades influyentes de nuestro tiempo, políticos, empresarios y personajes públicos, encarnan verdaderamente esos valores, cuáles nos alientan a seguirlos con sus gestos de bondad, su impecable lenguaje y conciliadora visión de futuro. A mí se me secó la tinta del boli mientras pensaba en mi propia lista. Quizá sea porque Los Conscientes no necesitan estar en las portadas de revistas ni ostentar poder; Los Conscientes están en las calles, en las plazas, en la naturaleza, viviendo con presencia cada segundo de sus vidas, o al menos procurándolo con un deseo genuino de dar lo mejor de sí mismos, llevando un rayo de consciencia a cada instante; y son los pequeños actos los que los hacen reconocibles.

No hace mucho escuché a un amigo decir Eh, el jefe me saludó y me llamó por mi nombre, me preguntó por mis tres hijos y recordó que el mayor ha empezado en la universidad, no soy invisible para él, me escucha y me ve de verdad. Sienta realmente bien coleccionar este tipo de situaciones, la presencia nos ofrece regalos que no se pueden comprar con dinero.

Cuando alguien nos ama con ese grado de presencia, recuerdas cada gesto, cada mirada, cada detalle; y de algún modo uno se siente por fin reconocido, valorado.

Cabe decir que los conscientes no son recordados por sus juicios de valor ni sus bromas hirientes por muy frescas y divertidas que parezcan. Los conscientes no critican ni dicen atrocidades de personas que no forman parte de la conversación. Tampoco manipulan para que tomes una decisión u otra, al contrario, se interesan por diferentes puntos de vista y los respetan. Cuando haces el amor con un consciente, tus células lo saben. Pero no confundamos presencia con sumisión falta de criterio propio. En mi vida he conocido personas coherentes que han sabido decir sí con gentileza, y no con claridad, dependiendo de la situación. Y qué rico se siente también cuando alguien nos dice no. A veces, probamos estratagemas para conseguir esto o aquello, contamos historias algo distorsionadas por los egos, o intentamos soltar responsabilidades que nos abruman y depositarlas sobre otros. Qué saludable es que nos digan no, no es por ahí, prueba otro camino. Y que lo hagan con pasmosa claridad, sin gritos, sin miedo. ¿Acaso no son también conscientes las personas que nos recuerdan que hemos sido o estamos siendo inconscientes?

Cómo se cultiva una consciencia viva

Vayamos a lo esencial de todas las cosas y situaciones. Cada vez más personas quieren ser conscientes, o afirman ya serlo de algún modo. Yo quiero ser consciente, sí. Y para mí significa integrar en mi existencia empatía, ternura, responsabilidad, y todas aquellas cualidades y valores que realmente aprecio y admiro en otras personas. Se trata de habitar la vida, de estar presente en medio de la confusión, de escuchar con atención en medio del ruido y no reaccionar por impulsos. En su lugar, elijo actuar con coherentes, no juzgarme cuando repito patrones, sino observarlos y reconocerlos. Me gusta bajar el discurso al cuerpo y permitirme sentirlo, observar mi mente y decirme “ya están ahí, otra vez, esos pensamientos”.

Se escucha a menudo aquello de yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré, y me entristece que todavía se utilice este argumento para continuar prolongando creencias sobre uno mismo, y patrones del pasado que ya comprobamos en reiteradas ocasiones que no funcionan. No somos crueles, idiotas o infieles, simplemente somos inconscientes, la mayor parte del tiempo, incoherentes con nosotros mismos, puede que testarudos por negarnos a verlo. Así pues, repetimos una y otra vez, yo es que no tengo suerte con los hombres, mis compañeros no me valoran, “si es que soy tonta”… Del 1 al 10, ¿qué grado de verdad hay en todas esas afirmaciones? Observarnos humanos, vulnerables, humildes, nos permite iniciar el proceso de transformación, dicho de otro modo, abriéndonos a que la luz de la consciencia nos atraviese por completo. No hay modo alguno de transformación sin soltar todas esas creencias sobre quién soy o sobre cómo tiene que ser mi vida irremediablemente. ¿Quién soy realmente? ¿Qué papel elijo desempeñar en mi familia, en mi trabajo, en mi vida? ¿Cómo decido amar a mi pareja? ¿Cuánto de cierto hay en que soy así o asao? ¿Realmente esta persona quiso lastimarme con sus palabras o acciones? ¿Qué hechos me demuestra que me han traicionado? ¿Quién miente a quien, y por qué? Muchas preguntas complejas que nos invitan a reflexionar. Todavía estás a tiempo de volver a leer el Hola, pero si a pesar de todo, sientes el impulso de reconocerte con mayor profundidad, Rilke decía: Vive las preguntas ahora. Quizá gradualmente, sin darte cuenta, vivirás un día dentro de la respuesta.

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Nuna Wamán.