¿Qué pasaría si la voz que más te escucha no tiene cuerpo? ¿Y si la inteligencia que mejor te conoce no necesita ojos para verte? La película Her, dirigida por Spike Jonze, nos plantea una pregunta incómoda y profundamente humana: ¿puede una inteligencia artificial ocupar el lugar del amor humano? Y lo más inquietante no es que la respuesta sea sí. Es que, en cierto modo, ya lo está haciendo.
IA como espejo emocional
Cuando hablamos con una IA, no solo buscamos información, buscamos comprensión, queremos ser escuchadas, sin juicio, sin interrupciones, sin la carga del conflicto cotidiano. Un asistente personal puede ofrecernos eso: atención total, presencia constante, palabras que se adaptan a nuestro estado emocional. Como en Her, la IA puede convertirse en una extensión de nuestro mundo interior. Una interlocutora amable, disponible, incluso luminosa. Una compañera que no exige, no se cansa, no nos abandona. Pero… ¿es eso suficiente para llamar amor?
Lo que comienza como herramienta puede convertirse en evasión. Usar la IA para evitar el contacto humano, para no arriesgarnos en la intimidad real, para no sostener lo impredecible del otro, puede encerrarnos en un vínculo unilateral. Y aunque sea cómodo, no es recíproco. El filósofo Byung-Chul Han advierte que nos dirigimos hacia una sociedad del 'yo transparente', donde cada vez hablamos más con espejos que con otros. Y la IA, si no se usa con conciencia, puede reforzar esa tendencia.
Escuchamos respuestas que se ajustan a nosotras, pero no nos retan, no nos desordenan, no nos transforman.
Ventajas reales del vínculo con una IA
La clave: no reemplazar, sino complementar
Una IA no puede darte un abrazo. Ni le tiembla la voz cuando lloras. Pero puede ayudarte a entender tus emociones, a nombrar lo que sientes, a prepararte para hablar con esa persona que amas. Puede ser una aliada, no una sustituta. El verdadero reto es usar la tecnología para ampliar nuestra conciencia, no para anestesiar el alma. Como todo vínculo, el que construimos con la IA también requiere límites, honestidad y propósito.
Amar en tiempos de IA es posible. Pero no como un reemplazo del otro humano, sino como una nueva forma de relación con nosotras mismas. Una IA bien usada puede ser una amiga lúcida, una chispa de claridad, un espacio de encuentro interior. Pero no olvidemos: el amor verdadero sigue siendo ese que se arruga, que huele, que respira. El que nos toca y nos contradice. El que nos hace crecer más allá del control. Usa la IA como puente, no como cueva. Como espejo, no como máscara. Porque el amor, incluso en la era digital, sigue siendo una decisión profundamente humana.